FUNERAL

El 31 de octubre de 2018 celebré mi primer funeral en vida. Para ello me serví de un ataúd que diseñó mi abuelo, seguramente antes de que yo naciese. También tierra de la Sierra Norte y algo de ceniza de sus encinas y su tomillo..

Muerte/ Resurrección
Es-Positivo/ Embalse del Villar

Año
2018

El residuo expositivo que dejó esta performance es la tapa del féretro, en la que grabé a navajazos la figura de un ave con las alas abiertas.

Texto de sala.

Morirse muchas veces

Wences Lamas tiene todo para estar muerto.

La muerte le ha rondado de cerca en distintas ocasiones.

Es de Galicia, ese lugar que huele a campo, cera, mar y santa compaña pero también a ritos paganos y a muerte. Su abuelo, Wenceslao Lamas –llamado como él- hacía ataúdes y puso en marcha una funeraria que, a día de hoy, regenta su padre, también Wenceslao Lamas. Desde pequeño ha entendido lo que significaba ritualizar la muerte:  medir el cuerpo del fallecido, introducirlo en una caja, ver como se echa tierra sobre la madera escogida de pino o roble y despedirse del que habitará bajo tierra por los siglos de los siglos. Repensar desde muy joven en los cuerpos y en sus carnes que se convierten en hueso. Y en aquella vida que ya pasará a ser recuerdo.

Ahora Wences Lamas, da un paso más allá y nos invita a su funeral. Aquí coexisten distintos tiempos, desde el presente proyecta un futuro imaginado y un pasado en el ahora. Ritual ceremonioso para morir en vida.

Pasará la noche durmiendo en el ataúd que depositará previamente en la galería. Al día siguiente será trasladado a Manjirón, ese pueblo en el que vive y en el descubrió que caminar descalzo le hace mirar al suelo y conectar con lo térreo. Nunca lleva zapatos. Allí quemará los restos del ataúd y en una liturgia ceremoniosa renacerá de nuevo, dejando atrás el peso combado que porta su espalda.  Quiere poner fin a una etapa. Quiere quemar la barca en un gran lago sobre el que depositará ese ataúd, a la manera del barquero de Hades, Caronte, que trasladaba las almas errantes de los difuntos de un lado a otro del rio Aqueronte, ahora reconvertido en un embalse de la Sierra Norte madrileña.

El trabajo de Wences Lamas podría enmarcarse en la acción ritualizada que tanto debe a Fluxus. Desde hace tiempo sus dibujos, acompañados en muchas ocasiones por texto o, incluso, las letras de las canciones que compone para su grupo REO (Reserva Espiritual de Occidente) sobrevuelan ese espacio intermedio que separa la vida de la muerte. Su obra se plantea desde dos planos bien diferenciados. Por un lado, el contexto espiritual que nos recuerda a la fascinación de aquellas artistas que se definieron mediúmnicas y que acabaron, en su mayoría, internadas en psiquiátricos o tachadas de “locas” como Jeanne Tripier, Josefá Tolrá o Emma Kunz, ésta última reveló el poder sanador de la cantera romana de Würenlos, en el valle del Limmat (Suiza) y denominó a esta piedra terapeútica AION A en 1942. Recordemos también la fascinación por el Monte Verità, situado en la región de Ascona en Suiza, lugar en el que muchos creadores e intelectuales se asentaron en los años cincuenta guiados por su mágica e intensa fuerza telúrica. Y por otro, toda la obra de Lamas está dotada de un nivel estético que se plantea como una escenografía simbólica de una ornamentación muy concreta relacionada, a su vez, con una mezcla de los rituales más puristas de la tradición hindú, el rito católico y una conexión directa con lo onírico. De hecho, casi todas las acciones realizadas por el artista están impregnadas de sonido, ya sea de composiciones musicales, susurros o ejercicios foniátricos y guturales, como si lo sonoro fuese una pulsión permanente  de nuestro propio cerebro.

Wences Lamas habla mucho sobre el momento solemne.

Conectar con la tierra, dibujar la silueta en el barro con toda la carga simbólica  que, como hiciera Ana Mendieta, sirve para ritualizar cualquiera de sus actos. También los artistas New Age se sirvieron de la espiritualidad para hablar de la muerte y ya antes Picasso retrató a Casagemas, aquel amigo que se suicidó por amor en Paris y que el malagueño mostró muerto, en su ataúd, como hiciera cuatro siglos antes El Greco y su Entierro del Conde Orgaz o aquel enérgico pintor francés, Gustav Courbet fascinado también por lo entierros de su aldea, Ornans. La muerte es una cuestión de vida. Para Wences Lamas ha formado parte de su cotidianidad, de su infancia, de su universo mental.

Es sin duda un artista total a la manera wagneriana, excesivo, generoso, intenso y libre. Muy libre. Colectivas son sus acciones que se han convertido en espacios de concentración conjunta. Sanaciones, periodos de tiempo en suspensión, instantes fenecidos. Concentración tántrica al  observar un paisaje y ser partícipes de una muerte simbólica, ritualizada.

Existe en el cementerio de Rouen, el epitafio más famoso de nuestra historia del arte, el de Marcel Duchamp, que dice: “D’ailleurs, c’est toujours les autres qui meurent” [Por lo demás son los otros los que han muerto].

— Tania Pardo

contratación/ colaboración

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